Pedro Cifuentes. La montaña y él.

Pedro Cifuentes. Rab

Pedro Cifuentes. La montaña y él.

 

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ace unos meses Pedro Cifuentes tuvo que abandonar la travesía del Fitz Roy para salvar la vida de un amigo. Este hecho nos sirve de punto de partida para profundizar en la forma de entender su actividad en la montaña. La renuncia, la soledad, la posibilidad de la muerte, el mantenimiento de la esencia de los pioneros… son temas alrededor de los que gira esta conversación con una persona que ha hecho de la actividad en solitario una seña de identidad.

 

Texto: Kissthemountain.

Kissthemountain: El hecho que nos ha motivado para  mantener esta charla contigo, aparte de las ganas que  teníamos desde hace tiempo, ha sido ponernos en el lugar de una persona que ha invertido mucho dinero, tiempo, esfuerzo e ilusión en un proyecto y que cuando llega a Patagonia para darle forma, tiene que renunciar para salvar la vida a un amigo que a su vez estaba tratando de ayudar a otro montañero con gravísimos problemas en la montaña. [Nos referimos a la situación acaecida en Patagonia a comienzos de este año que obligó a Pedro Cifuentes a abandonar su proyecto para salvar la vida de su compañero y amigo Jesús Gutiérrez quien a su vez participaba en el rescate de dos montañeros brasileños]. No sé si querrás extenderte sobre el comportamiento de las compañías de seguros e incluso de las embajadas y consulados, pero sí que me gustaría que nos hablases de lo que supone la renuncia a un objetivo por salvar la vida de un amigo.

Pedro Cifuentes: Creo que si algo nos caracteriza a los escaladores y alpinistas, y a las personas que vivimos la montaña y que desde jóvenes hemos leído mil relatos sobre rescates, es la capacidad de renuncia a todo para prestar ayuda a los demás. Es muy diferente a lo que ocurre en el mundo que vivimos hoy donde es difícil encontrar este tipo de comportamientos, y que desgraciadamente podría ser considerado un inframundo. No ayudamos a nadie, no nos comprometemos con nada, vamos muy a nuestra conveniencia y renunciar a un sueño por salvar a otro ser humano es algo que la mayoría encuentran muy lejano. Para mí, en este caso, ha supuesto renunciar a todo un año de trabajo, y en la vida todo se puede comprar menos el tiempo.

K: No sólo es renunciar al tiempo y a la ilusión, sino que creo que la pérdida económica es también grande. Pienso no sólo en el desplazamiento de vosotros y del material, también en todo el alojamiento extra en un hotel u hostal.

P: Efectivamente. Tiempo, dinero, ilusión… Todo se desmorona en un momento. Cuando se produce el accidente no soy consciente en un primer instante de todo lo que acarrea. Lo único que pienso es en ayudar a un amigo que ha caído desde una altura tan considerable que difícilmente no tendrá consecuencias graves. Una vez que el primer peligro ha pasado es cuando te das cuenta de que tienes que renunciar, pero te garantizo que lo que he hecho ha sido con todo mi amor y cariño. Lo volvería a hacer una y mil veces. Algunos relatos de personas de montaña que han renunciado a sus sueños por ayudar a sus compañeros han sido muy inspiradores para mí. La última historia que escuché de este tipo fue hace poco en una conferencia de Juanjo San Sebastián en relación al accidente en el K2. Al volver al campo III y no ver a su compañero, a pesar de estar destrozado, se decidió a salir a buscarle porque no quería vivir con eso para siempre. Salió, le encontró, le bajó al campo III y bueno…, los acontecimientos ocurridos todos los conocen. Tanto Juanjo en su día como yo ahora tenemos la conciencia tranquila. El día que pierda esos valores no haré actividad. La montaña es compañerismo, amistad, ayuda y, por supuesto, renuncia por encima de objetivos y de dinero. Y esto es así, como te dije el otro día, a pesar de que algunas instituciones y federaciones  no lo vean. No somos dinero. No somos una póliza ni una ficha federativa sino personas con sentimientos que tienen una familia por detrás. Ante todo hay que ayudar a las personas que están en peligro, y luego, cuando se tenga que decidir de dónde se saca el dinero para una repatriación urgente, se hará, pero eso está en segundo plano.

 

 

 

K: Viviste una situación muy desagradable en la que el médico comentaba que Jesús podía perder el pie y que era necesaria una repatriación urgente. Hubo una lucha burocrática sin mucho sentido. No sé si quieres hablarnos de esto.

P: No quiero entrar en un debate pero sí que me gustaría comentar algo para los que lean esto. Pretendo que sea una aclaración constructiva más que una crítica. Todo aquel montañero que va a la federación para hacerse una ficha y que, por ejemplo, contrata la máxima cobertura, que es la internacional, debe saber que no está todo cubierto. Hay un límite de dinero que es lo que realmente valemos. En este caso eran 20.000 euros los que había. Eso es lo que valía Jesús. Aconsejo a todo aquel que contrate un seguro que se lea muy bien las condiciones generales o particulares de cada póliza para ser plenamente consciente de lo que ocurre en el caso de tener un problema. A partir de ahí, que decida si es conveniente hacerse otro seguro, porque ése no cubre todo en caso de accidente grave.

K: ¿Cómo está Jesús?

P: Le trajeron a España, le han operado y está en casa con su familia con la rehabilitación. Dependiendo de cómo vaya le tendrán que hacer más operaciones o no, pero eso son aspectos que tienen que ver los profesionales de esto. Ellos decidirán lo que hay que hacer. Pero bueno, la primera operación, la del tobillo, que era la que más urgía, ya está hecha. Como te digo, está en manos de médicos profesionales y creo que son ellos los que tienen que hablar. Lo importante es que ahora se recuperé tanto física como mentalmente, que también es complicado cuando sufres un accidente muy grave, y más cuando ha sido ayudando a alguien no como consecuencia de una acción propia.

K: Cambio de tema. Si pienso en Pedro Cifuentes, veo a un alpinista diferente al resto. Son muy pocos los que tratan de ascender las montañas más peligrosas del planeta, y si encima tenemos en cuenta los que lo hacen en solitario, el número se reduce aún más. Me gustaría abordar esta cuestión y que nos contaras porque esta forma de plantearte la actividad. Imagino que la soledad debe de ser para ti algo que valoras mucho. Me gustaría saber cómo te sientes con ella y si hay algún motivo que desconozcamos de qué es lo que te lleva a estar por ejemplo 18 días en solitario en la Torre Sin Nombre o 29 sin pisar tierra en la travesía integral de las Torres del Paine.

P: Yo voy solo, pero no soy una persona solitaria. En mi día a día tengo muchos amigos con los que hago actividad. Que yo haga mis expediciones de esa manera no quiere decir que sea antisocial. Quizás haya dos motivos por los que sea así. Hay actividades que son muy duras en montañas muy difíciles y que requieren mucho entrenamiento. El hecho de encontrar un compañero que se amolde a ti es muy difícil. De hecho, las grandes cordadas de los últimos tiempos que han afrontado grandes retos extremos han sido de hermanos. Piensa en los hermanos Pou, los Huber, y otras más que podría decirte. ¿Por qué son hermanos? Porque encontrar una pareja que se adapte a uno mismo es muy complicado. No todo el mundo que se tira 20 o 30 días colgado en una pared en condiciones extremas se cansa igual, tiene la misma hambre o idéntico sueño… Cuando estás en una expedición de este tipo aflora lo mejor pero también lo peor. ¿Cuántas expediciones han fracasado después de tener mucho trabajo por detrás por no ponerse de acuerdo en algún pequeño o gran problema? En las cordadas de hermanos no ocurre, porque a un hermano le perdonas lo que sea, y si te manda a la mierda, al día siguiente lo has olvidado. Encordarte con un hermano es mucho más fácil que con un compañero. Creo que éste es mi caso. Veo muy difícil encontrar a alguien para hacer actividad. Si escalas en la zona de confort y tienes un problema en una pared, te bajas, te vas al bar y te tomas una cerveza, pero en lo que yo hago, no puedes hecerlo. Tienes que convivir y seguir luchando, seguir cansándote, pasando hambre, frío y sueño.

 

K: Te entiendo Pedro y lo veo como un motivo por el que podrías decirme que no tienes más remedio, pero…

P: Sí, está esa parte, pero también hay otra que a mí me gusta, que es bonita y muy diferente. Te voy a contar algo de hace muchos años. Quedé con unos cuantos amigos para hacer un viaje de seis meses. Empezamos a planificarlo y a medida que se iba acercando la fecha se fueron cayendo de uno en uno. Llegó un momento, una semana antes de irme, en el que no tenía a nadie. En lugar de suspender el viaje, me fui solo. ¿Y sabes lo que me pasó? Que me encontré con el viaje más apasionante de mi vida. Creo que cuando vas acompañado, el mundo se cierra y sólo vives para ese grupo. Al ir solo, se me abrieron muchísimas posibilidades porque tenía la necesidad de conocer otra gente. Para mí fue una experiencia increíble. Pero luego está la otra parte, cuando vas con compañero tienes que pensar por ti mismo y por él, con sus pros y contras, y esto exige asumir lo que te venga. Igual que este viaje me marcó al hacerlo solo, cuando iba a la montaña veía que era lo mismo. Voy sin compañía, sé que me van a ocurrir un montón de cosas y sólo estoy yo para pensar para lo bueno y para lo malo. La primera vez que me decidí a escalar en solitario fue nada más y nada menos que en las Torres del Paine. Ya lo había intentado antes con un compañero y no fue tan bien como esperaba. Esto enlaza con lo que te comenté antes. Cuando fui en solitario, me salió.

K: ¿Dónde fue ese viaje que hiciste solo en el que me has comentado que se fueron echando para atrás las personas con las que pensabas ir?

P: Primero atravesaríamos todo el Sahara: Marruecos, Mauritania, Senegal y acabar en Mali para escalar La Mano de Fátima. Después marcharíamos a Sudamérica, una semana a Brasil a escalar el Pan de Azúcar y luego a Patagonia. De allí iríamos a Yosemite. Al final terminé haciendo el viaje del Sahara, llegando a Mali para escalar, luego fui a Brasil donde no escalé porque no se podía ya que eran los carnavales, me bajé a Patagonia donde conocí a gente maravillosa, tanto que es el lugar que más he repetido (he estado allí en más de 20 expediciones), de ahí  a Yosemite y después a Nepal. Increíble. Solo. Me dije que no necesitaba a nadie más. Ese es mi estilo, lo que no quiere decir que no haga viajes con otra gente. El año pasado, sin ir más lejos, estuve en Karakórum con tres amigos más.

“Creo que si algo nos caracteriza a los escaladores y alpinistas es la capacidad de renuncia a todo para prestar ayuda a los demás. Es muy diferente a lo que ocurre en el mundo que vivimos hoy donde es difícil encontrar este tipo de comportamientos, y que desgraciadamente podría ser considerado un inframundo”.

 

K: Hace tiempo, hará un año, cuando estuvimos hablábamos al teléfono me contabas que volvías de urgencias por unas congelaciones en uno o varios de los dedos. Pedro, ¿es uno plenamente consciente en el momento del daño que está sufriendo su organismo? Soy más preciso. ¿Te diste cuenta de que estabas sufriendo las congelaciones y de las consecuencias que éstas puedan tener? ¿Qué precio estás dispuesto a pagar?

P: El precio está claro. Ninguna montaña vale un solo dedo mío. Lo que pasa es que muchas veces nos cuesta tomar la decisión rápida de darnos la vuelta. Está haciendo mal tiempo, llevas diez días colgado en la pared, sufres frío… Todo esto lo voy asumiendo. Me ha pasado más veces. No es la primera que sufro congelaciones. Estoy viendo en el momento que algo no funciona. No es que te digas: “Eh, que te estás congelando”. Pero algo sí que intuyes. Cuando te has tirado un año entero preparando una expedición, no te quieres retirar a las primeras de cambio. Te das cuenta de que algo no está funcionando pero siempre te dices que seguro que vendrá mejor tiempo, que entrarás en calor, que la situación mejorará… Pero llega un momento, un límite que más o menos vas conociendo por la experiencia, en el que sabes que o bajas o las consecuencias pueden ser definitivas. Hasta ahora, todo ha ido bien y he podido bajar, pero quizás llegue algún día, espero que no, que a lo mejor no bajo y me tengo que quedar arriba. ¿Qué ocurrirá? Que habrá congelaciones más graves u otras cosas. Soy muy consciente. Tanto que te puedo decir que llevo un botiquín de emergencias que utilicé en el accidente de Jesús, en el que llevo morfina, propofol y fentanilo, que son sustancias muy fuertes. Sé para lo que valen. Son para aliviar el dolor o para cuando tienes un problema muy serio… Si voy en solitario y me rompo un brazo o una pierna colgado en la pared, sé que nadie va a poder rescatarme. Lo tengo claro. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? Te lo puedo decir más claro…

K: Lo he entendido perfectamente.

P. Estoy preparado mentalmente para eso. La primera vez que fui a hacer las Torres del Paine en solitario, acudí al notario a firmar testamento. Me dijo que era muy joven pero le dije que apuntara. Vale sólo 30 euros. Tomó nota de lo que le dije que no era mucho [Risas].

 

K: Conecto con lo siguiente. Te leo una frase tuya: “Me dicen que he arriesgado más de la cuenta. No es la primera vez que lo hacen. Pero es que, en realidad, allí lo ves de otra forma. Entras en una vida que consiste en que van surgiendo cada segundo riesgos, problemas, algunos parecen irresolubles, y lo que haces es ir solucionándolos uno tras otro, y eso te lleva hacia adelante”. Son palabras tuyas tras tu actividad en la Torre Sin Nombre. Avanzas y vas resolviendo segundo a segundo los riesgos

P: En la Torre Sin Nombre hubo mucha aventura y peligro digna de ser escrita. Estar cerca de la cumbre y ver que no funciona y no va a mejor, que el sueño está ahí pero que no puedes hacerlo… Me di cuenta de que podría haber subido pero no bajado. Lo tenía clarísimo. Decidí darme la vuelta en unas condiciones en las que nunca me he visto. Estaba al límite. Fíjate cuánto que cuando llegué a Skardu, tres o cuatro días después, al llegar al hotel y mirarme en el espejo, sólo me reconocí por los ojos. Estaba totalmente consumido y sin fuerzas. Lo había dado todo. Sabes en cierta manera que en actividades de este tipo, aunque no al cien por cien, estás llegando a tu límite, después de muchos días comiendo y durmiendo muy mal, sobre todo en un lugar como la Torre Sin Nombre que empiezas a escalar a 5.000 metros con un petate de 80 kilos. Se dice pronto.

K: ¿Es de las veces que más jodido te has visto?

P: Sí, fácilmente. Te metes en la vía Española que se hizo en 1985 y que no se ha repetido nunca, y cuando llegas a un tramo te das cuentas de que la pared se ha desprendido y de que por ahí no se puede pasar. Decidí cambiar a la vía Británica que se abrió en 1975, aunque no llegaron hasta arriba porque Joe Brown cayó y se rompió la pierna en una fisura. Al año siguiente volvió porque quería hacerla. Subió. Esa fisura se bautizó como la fisura de Brown. Allí encontré un mosquetón y se lo envié a Inglaterra. Él me dijo: “Pedro, todavía queda aventura y esencia en la montaña. Ese mosquetón tiene que ser tuyo porque lo has recuperado”. Lo tengo todavía. Es historia de la montaña. Desde el año 1976 allí y yo lo bajé.

K: Cuando estás allí arriba reventado, ¿se llega a llorar por miedo o ansiedad?

P: No, no, no. ¿Sabes dónde me acongojo? Cuando bajo y ya estoy a salvo. Desde Skardu al campo base fui con 24 porteadores. Todos se marcharon y se quedó solamente uno, Hussein Mohamed. Él era la persona encargada de informar, vigilar, cocinar… Le tengo mucho cariño. Como no tenía Walkie, todas las noches le daba luz con el frontal para que supiera que estaba bien. Así lo hacíamos. Le daba luz y él me la devolvía. Estuve ocho días sin dársela porque al cambiarme a la vía Británica no la veía. Empezó a preocuparse y decidió bajar a otro campamento para que le dejasen un teléfono satelital y avisar de que no sabía nada de mí. Me llamaron a ese teléfono. Les dije que cuando cogiera la cara buena volvería a darle luz. Al comenzar a bajar lo hice. Me estaba esperando en la base de la pared. Se me cayó el alma al suelo cuando le vi allí esperando.

 

K: Lloras de emoción pero no de desesperación.

P: Esa sensación la he tenido tres o cuatro veces en la vida: ésta en la Torre del Trango, en las Torres del Paine cuando bajé después de 30 días y la última cuando llegamos a la ambulancia Jesús y yo después de su accidente en la última expedición a Patagonia. Le había dado mi palabra de que le sacaría de allí con vida… Me emocioné mucho, más siendo un amigo. Las emociones vienen cuando no tenemos todo controlado. Hoy en día parece que se deja poco a la improvisación. Desde mi punto de vista, se pierde la esencia. Hay que tener cierto control, pero dejemos un poquito al margen. No es necesario saberte de memoria la pared. La esencia de la montaña tiene que mantenerse, como cuando fue Joe Brown a esa fisura de la Torre del Trango o Bonnington y Willliam a la central, que ha sido una de las escaladas alpinas que más han dado que hablar, o muchos otros casos… Todo eso se desconocía. Te metías ahí sin saber lo que había. Mi escalada se basa en eso. Son travesías que nunca se han hecho o que tienen muy pocas repeticiones. ¿Por qué? Porque quedan muchas cosas allí.

K: En la Torre Sin Nombre te quedas a escasos metros de lograr tu objetivo. Bajas destrozado y al límite. Imagino que esa renuncia, en el momento, tuviste que considerarla como una especie de fracaso y que ahora con el tiempo has dejado de verlo así. ¿Estoy en lo cierto? ¿Puedo preguntarte qué es para ti el fracaso?

P: Cuando bajaba sí lo veía un fracaso. A día de hoy la veo como una de las mayores aventuras que he hecho. Te lo digo con el corazón, a título personal no por lo que digan los demás, revistas o lo que sea… Para que alguien juzgue una actividad, para bien o para mal, hay que estar allí y vivirla. Al principio me sentí muy decepcionado, pero es que no se puede con todo en la vida. Hay momentos en los que hay que bajar y no pasa nada. A día de hoy, creo que hubo una vivencia que me cambió un chip en mi cabeza que me permite ver que es más importante mantenerte con vida que la victoria del ego sobre la montaña.

K: “Es una actividad al límite, por su dificultad, por el clima… Es mi forma de entender un alpinismo ya casi perdido y soy muy mayor para cambiar. ¿Por qué este deporte, tan sumamente peligroso y expuesto, se tiene que reinventar?” Esto son palabras tuyas en relación a la Travesía del Fitz Roy en solitario. ¿Es lo que me decías antes?

P: Sí, es eso… Vamos al Fitz Roy de la manera más ligera posible. Eso implica que tienes que llevar 200 gramos menos de comida, por ejemplo. Ya la estás cagando porque si cambia el tiempo, ¿qué vas a comer? En lugar de tres chaquetas, llevas dos. Te la estás jugando. Con nada que cambie el tiempo, o bajas o mueres. Intentas reinventar algo que si sale bien, te dará un récord de tiempo, pero creo que en ocasiones la montaña no está para eso. Se tienen que dar las condiciones muy favorables. Desde luego que hay récords que los lees y te impresionan, sobre todo de velocidad, pero tengo claro que a la montaña yo no voy a eso, sino a disfrutar y a hacer lo que me gusta.

 

“Veo muy difícil encontrar a alguien para hacer actividad. Si escalas en la zona de confort y tienes un problema en una pared, te bajas, te vas al bar y te tomas una cerveza, pero en lo que yo hago, no puedes hacerlo. Tienes que convivir y seguir luchando, seguir cansándote, pasando hambre, frío y sueño”.

K: Aunque creo que ya me has ido respondiendo a esto, quería hacerte esta reflexión. Alberto Iñurrategi es probablemente una de las personas más humildes que hay en este mundo y sin embargo no duda en reconocer que más que “porque están ahí” a las montañas se las quiere conquistar por vanidad. Otro gran alpinista, Ferrán Latorre, decía que su motivo era una mezcla entre la conquista de la belleza, el reto y la curiosidad. ¿Qué busca Pedro Cifuentes en la montaña? Te leo unas palabras tuyas en relación a la travesía de las Torres del Paine que me imagino que marcan un poco tu forma de entender la actividad, pero me gustaría que te extendieras un poco: “Yo no voy en busca de cumbres, sino de vivencias. No es mi primera expedición, ni será la última. Lo hago por mí, por disfrutar, por lo que ves, por lo que aprendes… Es muy difícil transmitir lo que supone enfrentarse en solitario a una escalada así. Cada segundo es muy intenso, pasan miles de cosas, estás fuera del mundo… La cima está muy bien, pero no es lo que busco. Si fuera así, hay formas más fáciles de conseguirla”.

P: Exacto. ¿Y sabes lo que decía Walter Bonatti, si no el más, uno de los más grandes que ha habido? Cuando no le dejaron subir al K2, decidió retirarse a los 32 años del mundo del alpinismo porque muchas cosas no iban con su filosofía de vida. Cuando cumplió creo que 40 dijo que iba a hacer lo que realmente le apetecía y en solitario. Hizo la norte del Cervino. Hay unas frases o reflexiones de él que decían que escalar en solitario no sólo exige una maestría total, sino una fuerza de carácter realmente singular que implica una actitud mental muy especial. También decía que cualquier error que se comete se paga con tu piel. ¿Qué buscamos ahí? Creo que sí existe la vanidad. No sé si lo he comentado alguna vez, pero la primera vez que hice el circuito de las Torres del Paine, en el último día, subimos a ver las propias torres. Estaba con un compañero en un día totalmente nublado. De repente, apareció el sol. Cuando las vi me quedé muy impresionado. Me dije que me encantaría escalarlas. No sé si es por vanidad, egoísmo, pero yo lo vi un espectáculo tan impresionante…

K: Por belleza…

P: Le dije a mi amigo Fernando “algún día voy a escalar esas torres”. Él me respondió que dejase de soñar, que a Patagonia no se viene a intentarlo sino a hacerlo. También me dijo “vámonos de aquí que hace mucho frío”. Dio en la diana. Puedes extrapolarlo a otros lugares del mundo. Cuando vas a hacer una expedición a un sitio extremo como Patagonia, Pakistán, India… tienes que ir con todo muy claro, a hacerlo no a intentarlo. Y ser consciente de que hace mucho frío…

 

K: Se pasa muchísimo, ¿no?

P: Sí, tengo por ahí una foto en la Torre Sin Nombre a unos 6.100 metros, en el segundo vivac que hice. Iba con la hamaca y hubo un momento en que la dejé y me fui sólo con el saco de dormir, dos barritas y las cuerdas. El primer vivac más o menos lo pasé bien, pero en el segundo… El saco tenía dos dedos de hielo. Iba con toda la ropa, con el mejor saco de RAB y aun así me pasé toda la noche temblando. Fue de las más frías que he pasado en mi vida. Cada media hora me despertaba rogando que amaneciera. Pensaba que no llegaría a la mañana. Es muy extremo. Cuando llegó el sol, me quedé allí un rato tratando de calentar el cuerpo y de coger vitaminas. Eso dicen, que el sol las da. Y yo no tenía nada para comer. Son momentos que se valoran sólo en la montaña.

 

“Cuando te has tirado un año entero preparando una expedición, no te quieres retirar a las primeras de cambio. Te das cuenta de que algo no está funcionando pero siempre te dices que seguro que vendrá mejor tiempo, que entrarás en calor, que la situación mejorará... Pero llega un momento en el que sabes que o bajas o las consecuencias pueden ser definitivas”.

 

K: ¿Hacia dónde van tus pasos? Te pregunto a corto plazo y también donde te ves en cinco o diez años.

P: Te podría decir como tanta gente hace que la montaña es mi estilo de vida, pero yo creo que hay muchas otras cosas bonitas en este mundo: cenar, estar con los amigos, leer un libro… Hay que hacerlas en la vida y no condicionarla exclusivamente a la montaña. De todas formas, no me planteo vivir sin tener una estrecha relación con este entorno. El proyecto para este año es terminar un documental con imágenes que he grabado con Rubén Crespo, quien me acompañó la última vez que estuve en Patagonia. Todavía tenemos que grabar algo. Quiero hacer un par de viajes a Madagascar e Islandia como entrenamiento y también para coger imágenes. A corto plazo, te digo que todo mi material sigue en Patagonia…

 

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