PIPI CARDELL Y DENIS URUBKO. El instante decisivo

PIPI CARDELL Y DENIS URUBKO. El instante decisivo

 

Por Pipi Cardell

 

 

A todos, en algún momento de nuestras existencias, nos invade la necesidad de encontrar aquello que nos mantiene vivos, que nos hace sentir fuertes, que da un sentido -por absurdo que sea- a nuestros días. Y si logramos descubrirlo, sentimos el ansia de conocer hasta dónde puede llevarnos, hasta dónde somos capaces de forzar nuestros límites… 

Para poder reconocer cuándo se está cruzando la línea de no retorno, aquella en la que tan solo de nuestras habilidades depende el éxito o el fracaso, hace falta haber recorrido una gran parte del camino y, sobre todo, haber experimentado el peligro y el miedo que nos hace estar alerta y predecir los errores.

Reconocer las situaciones de riesgo y saber cómo actuar con la rapidez suficiente nos lo va a proporcionar estar en el lugar de la acción con las armas necesarias adquiridas por el trabajo, tanto físico como mental. Por lo que pienso que el hecho de que nuestras intuiciones sean acertadas depende en gran medida de la experiencia que hayamos acumulado. Y en mi opinión, un aspecto importante en este proceso es la sensibilidad. Gracias a ella podemos percibir pequeños detalles que en ocasiones son el desencadenante de situaciones altamente peligrosas. 

 

 

Saber escuchar en el silencio es primordial.

En mi caso, me resulta más fácil integrarme en el entorno donde discurre la acción cuando estoy sola y no atiendo a nada más que a mis movimientos progresando en completa conexión con el medio. Sin embargo, cuando voy en compañía, pueden darse dos situaciones. La primera de ellas es que la persona con la que voy sea más inexperta, por lo que siento la responsabilidad de ser aún más cautelosa y tengo la sensación como de haberme desdoblado. Esto hace que cada paso que doy hacia adelante debo darlo de nuevo hacia atrás para asegurarme de que todo está correcto. Y la segunda situación es aquella en la que mi compañero o compañera posee más experiencia que yo. Aquí, observo, escucho y aprendo en un esfuerzo encontrado entre aceptar las decisiones del otro y no dejar de prestar atención también a mi yo interno. En cualquier caso, una vez que te encuentras en los momentos clave de una ascensión, nunca puedes delegar tus reacciones en las manos de otro. Hay que ir constantemente adaptándose a lo que requiere la acción. 

Creo que si estás adecuadamente preparado, raramente te van a asaltar las dudas, porque sientes que la decisión es correcta y que si te encuentras ahí es porque tienes las capacidades necesarias y puedes confiar en ellas. Para mí, es como si el espacio y el momento me succionaran y no existiera otra realidad que la de actuar y moverme hacia adelante, hacia mi meta.

 

 

Reconozco que en situaciones muy al límite, cuando después de llevar muchas horas peleando siento la energía al borde del agotamiento, mi cabeza se toma lo que son a veces milésimas de segundo, porque no dispongo de más tiempo ni la concentración me lo permite, para intentar salir de esa ensoñación y ver con mayor claridad la situación. Y siempre me responde la lógica, esa verdad aplastante que me dice que he llegado a un punto en el que si quiero sobrevivir, la única salida posible es la de continuar a base de creerme que aún tengo las fuerzas suficientes para lograrlo. Siempre me sorprendo de cuánto más allá de lo que pensamos están nuestros límites.

El alpinismo es una actividad en la que se asumen riesgos. Cada paso allí depende de la elección personal. En mi caso, esto no es una excepción. Mi objetivo siempre ha sido realizar ascensiones a las montañas más altas, cada vez más difíciles, paso a paso. Me gusta comprender que mi carrera en ellas se vuelve cada vez más peligrosa debido a los crecientes desafíos y a la edad. Es un conflicto entre las sensaciones y las habilidades: mentalmente soy fuerte, pero físicamente más débil. Todavía me pongo nervioso, e incluso siento cierto miedo, cuando recuerdo algunas ascensiones del pasado. Es el caso de cuando hice en solitario la cara norte del Lhotse en 2010, o cuando tuve que hacer un rappel con cordino de 3 mm por el bastión rocoso del Oktiabrionok Peak en 1994. ¿Para qué? Fueron decisiones de hacer algo “fuera de las reglas”, predeciblemente mal, pero empujado por mi yo interior. Entiendo que era un error obvio, pero la lógica me daba la posibilidad de tener algún porcentaje de éxito. Y así fue. Como decía, cada paso debe depender de la elección personal.

 

 

El momento decisivo es una solución mental exacta, sin mística o religión, ni tan siquiera basada en la esperanza. Algunas personas tratan de justificar estas acciones bajo la “intuición”. Sí, es aceptable, pero la intuición es sólo una combinación de experiencia y análisis rápido de todos los detalles y factores que rodean la situación. Un alpinista puede traspasar la línea roja sólo por las experiencias personales previas acompañadas de una sensación física adecuada a las condiciones de la naturaleza en ese momento. Entonces interviene nuestro instinto animal de supervivencia. También podría decir que, a pesar de que son importantes el premio o la meta, más aún lo es la oportunidad de avanzar hacia el siguiente paso en nuestro desarrollo.

El paso de los años, sobre todo cuando hemos surcado por emociones negativas, nos da inteligencia a la hora de afrontar este tipo de situaciones. La juventud no tiene en cuenta la posible fatalidad, sólo ideas positivas de inmortalidad y presión cultural para triunfar. La experiencia que da el paso de los años es muy importante. Yo no cojo la radio cuando emprendo acciones arriesgadas, ni cuando efectúo un rescate. Traspaso los límites que me sacan de mi zona de confort por mí mismo, nunca pidiendo a otras personas que me sigan. La cooperación será solo en caso de solicitud de mis compañeros, de otros atletas… Las dudas deben preverse antes del ataque, de antemano. No tengo ningún sentimiento de pánico o miedo después de tomar la decisión final. Sólo busco modos y variantes para finalizar el ascenso con éxito. Es como la forma de una mariposa, constantemente rota en el caos y en el movimiento, pero complaciente, bella, impecable en algún momento con los cambios en la situación externa. Verificada para el logro final del destino.

 

 

“Tengo que hablarte de un axioma. En el caso de que estés muy bien entrenado y tengas experiencia desde hace tiempo, te conviertes muy fuerte en el plano físico, y también libre mentalmente. No existen las dudas. Estás muy fuerte psicológicamente porque sabes que puedes hacerlo. Es un cálculo fácil. No hay dudas sobre subir o bajar. Los límites los pone la montaña, no el componente mental. También está la cuestión de la altitud: la carencia de oxígeno y el cansancio juegan un gran papel en muchas personas. No me gusta analizar las decisiones de los demás sobre continuar o renunciar. Te hablo de mi caso. Si estoy bien preparado físicamente, siento que no tengo límites que me paren. Ataco siempre hasta el final. En el Lhotse, por ejemplo, en 2010, no tenía problemas psicológicos porque sabía que estaba preparado para subir incluso en solitario. También en la expedición invernal al K2 en 2018 hice el último asalto desde el campo III porque me sentía fuerte y capaz de operar. Mi cuerpo y mi mente estaban perfectamente preparados. Continué hacia arriba a pesar del mal tiempo y del viento. Estuve muy cerca de llegar a la cima, pero una grieta me paró. Intenté buscar otro camino, pero fue la montaña la que me bloqueó, no el mal tiempo, ni el viento. Era capaz de operar a pesar de todo. Si la montaña no me bloquea, yo sigo subiendo. 

 

 

Os doy otro ejemplo. Es de la expedición al Kanchenjunga de 2014 con Alex Txikon, Adam Bielecki, Dmitri Sinev… Hicimos el intento a la cima en unas condiciones de muchísimo riesgo por la pendiente. Yo era el líder en aquella expedición. Me sentía responsable por los posibles errores de mi equipo. Cuando subíamos, las condiciones eran buenas, pero analicé la situación y me di cuenta de que sería demasiado arriesgado. Mientras que el resto del equipo apostó por continuar, yo decidí bajar con el miembro más débil en ese momento [Artem Braun]. Finalmente, todos se dieron la vuelta y afortunadamente sobrevivieron. A la mañana siguiente, me desperté y me sentí mal de no haber intentado mi sueño, aunque fuera por mi compañero. En ese momento, ya no tenía responsabilidades porque todos habían sobrevivido. Hice un intento solo sin dudas porque estaba muy bien preparado y en pocas horas alcancé la cima. Fue una lucha muy dura y bonita, y sin dudas porque estaba preparado para hacerlo”. 

 

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