Salewa Mountain Projects. Aaron Durogati. Speed Flying en Dolomitas.

Aaron Durogati

Salewa Mountain Projects. Aaron Durogati. Speed Flying en Dolomitas.

Texto: Giovanni Spitale | Tamara Lunger

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i el otoño ya es en sí una estación bellísima, en los Dolomitas simplemente se convierte en excepcional.

Es como si a partir de septembre, alguien girara una bombilla cada poco tiempo ajustando un par de tonalidades y cambiando los colores del paisaje. Las hayas de la parte baja son las primeras en cambiar de color. Pasan del verde al amarillo, y del amarillo al rojo. Y cuando el viento se lleva las hojas formando una alfombra sobre el suelo, atrás solo queda el gris de las ramas; un paisaje adornado aquí y allá con pinceladas del amarillo limón del follaje de los abedules, altos y blanquecinos, y los alerces allá en las alturas. Sólo por ver este espectáculo merece la pena visitar los Dolomitas. Para rozar con la punta de los dedos estas frondosas ramas que se transforman en llamas, relucientes entre el verde más oscuro de los abetos… Además, el aire otoñal es diferente. Es más frío, las paredes rocosas no se calientan tanto; hay muchas menos térmicas ascendentes, y los vientos que acarician las lustrosas praderas y cumbres recién nevadas no son tan fuertes, sino más relajantes. Hay un sentimiento generalizado de espera, como si la naturaleza estuviera conteniendo el aliento, preparándose para el invierno. No hay ni un alma. El otoño en los Dolomitas es para las personas taciturnas. Para aquellas que consagran su alma al silencio del mundo que les rodea mientras atraviesan el sotobosque.

 

 

Aaron Durogati

 

En el sobrecogedor silencio que envuelve Pale di San Martino, solamente se oye el sonido de unos bastones. Un ritmo rápido, ligero e incesante, acompañado por otro más sosegado, el de los pies deslizándose por el fino sedimento de la ladera. Es muy temprano, y la respiración que altera el tranquilo aire de los Dolomitas es la de Aaron Durogati. Aaron nació en 1986 y ya ha ganado la Copa del Mundo de parapente. Es un atleta profesional, uno de esos que parece tener la necesidad física de implicarse al máximo en una carrera y competir por la excelencia. Con los primeros rayos de sol, Aaron sube en solitario hacia Rifugio Pedrotti. Estos días no hay carreras. Las térmicas no soplan con fuerza suficiente para hacer vuelos de gran distancia. Aaron lleva una mochila a la espalda cargada con 12 kilos. No es poco, pero está muy lejos de provocarle agotamiento. Alcanza la meseta de Rosetta, no muy lejos del refugio de  montaña, antes de la salida del sol. Bajo la luz incierta y tenue de la mañana, abre la mochila y empieza a desplegar su vela. Es muy pequeña: sólo nueve metros cuadrados. Demasiado pequeña para ser un parapente «de verdad». De hecho, no lo es. Es una vela de speedflying, algo que en términos de esquí de travesía equivaldría a esquí extremo. Prepara su mochila, se coloca el arnés, comprueba los elevadores y se pone el casco. Conecta el arnés a la vela y mira hacia el horizonte, siguiendo la línea que imaginó durante el ascenso, y que le guiará en el descenso hasta el valle. Todo está en calma. Ni un soplo de aire, ni rastro de una térmica. Perfecto. Parece absurdo, pero así es como debe ser. En el speedflying, lo ideal es que no haga nada de viento. Para volar a ras de suelo, rápido y muy cerca, se necesita una increíble precisión.

 

 

 

Tamara Lunger::

Me siento muy segura cuando vuelo con él. Siempre está hablándote y diciéndote por que está haciendo cada cosa para hacérmelas comprender. Es realmente asombroso. Le estaré agradecida toda mi vida por darme la oportunidad de volar junto a las águilas en La India. Ha sido una de las mayores emociones que he tenido en mi vida. Me sentí muy cerca de la naturaleza y eso no se puede pagar con dinero.  En La India vivimos una experiencia increíble y pude aprender muchísimo de él”.

 

Aaron inicia una carrera hacia una estrecha canaleta. Unos pasos más y sus pies, cada vez más ligeros, despegan del suelo. El aire que antes rozaba su rostro, ahora lo azota. El vuelo libre no tiene nada que ver con aviones, helicópteros y otros artilugios que al final no son más que medios de transporte, cajas que te llevan de un sitio a otro. Esta forma de volar es estética y original. Es como imaginar música, escribirla y tocarla. No se oye ni un sonido en todo Pale di San Martino, tan solo el silbido de la vela de Aaron que cruza el aire. Las imágenes instantáneas y palpitantes de rocas, sedimentos y árboles pasando velozmente bajos sus pies van acompañadas del breve ritmo articulado por los latidos de su corazón y su respiración. Un dramático giro y un grito de alegría antes de aterrizar en el prado, al pie de increíbles montañas. A estas alturas, el sol ya se ha elevado en el cielo y acaricia los cálidos colores de los árboles, y como cabía esperar ha empezado a calentar las inmensas paredes rocosas de las dolomías.

 

 

Tamara Lunger:

“Aaron, para mí, es un grandísimo amigo. Hemos hecho juntos muchas actividades buenas y divertidas. Creo que en el futuro haremos más. Tiene una cualidad que es difícil de encontrar. Yo no la tengo. Nunca tiene miedo a intentar lo que desea. Está siempre motivado por las cosas que realmente ama. Es muy inspirador estar con él. Ha cambiado mucho. Cuando le conocí era un poco desastre. Cada semana me enviaba un vídeo diciéndome que había tenido pequeños accidentes. «He roto tal en esta arista, en este video se me han enredado las cuerdas, aquí caí encima del parapente y en los últimos segundos he sido capaz de lanzar el dispositivo de rescate…» En una ocasión me vi diciéndole que debía tener más cuidado. «Aaron, creo que el mundo te necesita. Por favor no hagas cosas tan peligrosas  y no arriesgues tanto». Él me daba la razón”.

 

Perfecto. Comienza a soplar una ligera brisa entre las ramas de los alerces de la parte baja, haciendo que bailen como llamas. Aaron dobla la pequeña vela, abre su mochila y prepara una de mayor tamaño. Esta aventura habría sido imposible hace unos años. No existían equipos tan ligeros y de tal rendimiento. En cambio, hoy se puede andar tranquilamente no con una, sino con dos velas. Es ahora cuando cobra sentido que los equipos evolucionen para ser más ligeros o para volar con el calzado que llevas puesto desde hace horas, sin sentir frío ni calor, sin comprometer la seguridad ni la comodidad, llegando aún más lejos. Aaron ha terminado de preparar su equipo. Es el mismo que le permitió afrontar con éxito la última Red Bull X-Alps, la carrera más dura por tierra y aire, desde Salzburgo hasta Mónaco, con solo sus piernas y el viento por aliados. Coloca su vela de speedflying y hace sus comprobaciones previas al vuelo mientras que la térmica empieza a coger fuerza a medida que se calienta la roca. Dos pasos elegantes y precisos, medio giro y vuelta a volar.

 

 

Tamara Lunger:

Conozco a Aaron desde 2012. Antes ya era una gran referencia para mí. Hemos entrenado mucho tiempo juntos. Él, para mejorar su forma física de cara a realizar todas estas grandes carreras que lo han llevado a ser campeón de la Copa del Mundo. En estos años he visto en él un amor por las montañas que se hacía cada vez mayor. Para Aaron son el perfecto terreno de juego donde aplicar su excelente estado de forma. En el último año ha estado incluso escalando. Cuando se propone algo, nada puede detenerlo. Quizás no escale 8a, pero nunca se sabe… Cuando algo entra en  su mente, le pone tanta fuerza y pasión que es prácticamente imparable.

 

El parapente es estrategia, no sólo deporte. Ningún vuelo puede darse por sentado. Hay que imaginarse los movimientos del viento. Esa fluidez que no se ve, y que tan solo puede sentirse por el efecto que tiene sobre el paisaje circundante. Se necesita suerte además de experiencia. Puede que te coloques en el lugar adecuado, y aún así, la térmica ascendente que podría llevarte alto pasa sin acordarse de ti. Se necesita experiencia, imaginación, creatividad y suerte para hacer un buen vuelo. Es necesario estar siempre presente. Es un desafío constante para los magos del viento que juegan infinitas partidas de ajedrez con el aire.

 

 

 

 

Tamara Lunger::

“Antes de volar, Aaron siempre está muy relajado. Lo estudia todo con mucho detenimiento antes de decidir si las condiciones son óptimas o no para el vuelo. Sabe exactamente lo que está haciendo. Estando juntos en La India, un día en el que las condiciones no eran tan malas decidió no volar porque había mucho viento en el valle que imposibilitaría el aterrizaje. Allí se mostró realmente precavido consigo mismo y conmigo de pasajero. Me sentí en cada momento cien por cien segura con su forma de actuar. Fue increíble que me diera la oportunidad de conocer lo que es volar. Él lo hace con un águila. Es capaz de mostrar un mundo totalmente diferente del que puede enseñarte cualquier otra persona que practique esta disciplina. Son formas muy distintas de volar”.

 

En otoño es diferente. Todo se muestra más tranquilo y estable. No tienes las corrientes ascendentes de aire que te permiten viajar cientos de kilómetros al día, pero las que hay son más suaves y menos intensas. Volar en otoño es como jugar una partida de ajedrez con un viejo amigo en el bar de la esquina. Eso no significa que sea fácil, pero es más meditativo, más relajante. Estos pensamientos acompañan a Aaron durante el día, mientras vuela hacia el norte. A su derecha queda el agradable Valle de Fassa y luego el maravilloso Catinaccio. Aterriza en Cima Bocche, cerca de Moena, recoge el equipo y camina rápidamente hacia la cima, vuelve a levantar vuelo y aterriza junto al Passo Pordoi. Nadie podría haberse imaginado que dos disciplinas tan similares y al mismo tiempo tan diferentes, como parapente y speedflying, combinarían tan bien. Después de todo, un invento no es más que una combinación original de varias ideas existentes. La genialidad es imaginarse combinaciones de cosas que ya existen, dando paso a experiencias completamente inéditas.

 

 

Tamara Lunger:

“¿Sabes una cosa? Ayer empecé a hacer un curso para formarme en esta actividad. Estoy muy feliz de que Aaron esté junto a mí en esta nueva aventura que tanto me conecta con la naturaleza”.

 

Y así es como en cuatro días, Aaron Durogati atraviesa velozmente el aire tranquilo y otoñal entre Piz Boè y Schusterplatte, planeando desde Tofana di Rozes y Monte Piana hasta sobrevolar el ondulante lago Misurina, del mismo color del cielo. Planea desde Passo Falzarego y aterriza en Cortina para emprender de nuevo el vuelo en Falzarego hasta llegar a Alleghe.

¿Qué es la aventura? Una experiencia especial, íntima y llena de placer. Lograr algo innovador, y observar el mundo desde una nueva perspectiva. No es una carrera, ni una competición, pero el placer no disminuye en absoluto, al contrario. Estamos acostumbrados a pensar que cada cumbre ha sido conquistada, y cada desafío superado, que ya no es posible vivir una aventura en las montañas, pero eso no es cierto. Ese espacio existe, y la clave para alcanzarlo está en lo híbrido: en inventar, mezclar cosas que ya existen, concebir nuevas formas de experimentar lugares conocidos. Al fin y al cabo, la aventura es como el otoño: transforma un escenario banal en algo extraordinario cambiando sólo la forma en que se ve, sus colores y su luz. Estos pensamientos cruzan la mente de Aaron cuando finalmente guarda todo el equipo y emprende el camino de vuelta a casa.

 

 

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