THE NORTH FACE TRANSGRANCANARIA. Yo, el clima

THE NORTH FACE TRANSGRANCANARIA. Yo, el clima

THE NORTH FACE TRANSGRANCANARIA. Yo, el clima

 

 

 

 

Por Kissthemountain

 

Dicen  que la isla de Gran Canaria mi carácter se vuelve contradictorio. Que como el doctor Henry Jekyll tengo una doble identidad que se manifiesta en ocasiones convirtiéndome en Edward Hyde. En el norte de la isla, a menudo muestro una cara oscura. Mi carácter es arisco. Lloro haciendo que los corredores que la intentan atravesar en ese reto descomunal llamado Transgrancanaria se enfrenten a cada paso a una lluvia que les empapa. Resoplo sin descanso despertando un viento que les aturde. Hago descender la temperatura amenazándoles con eso que los humanos llaman hipotermia. En cambio, una vez que ese grupo de hombres y mujeres que tratan de desafiarme cambian de vertiente, atravesando la cadena montañosa ubicada en el centro de la isla, camino del sur, de las dunas de esas playas que han convertido este lugar del Atlántico en centro de peregrinación de gentes venidas de todo el mundo, mi personalidad se vuelve cálida. Aunque quizás esta no sea la palabra más adecuada para describir mi carácter en esos momentos. Soy capaz de subir la sensación térmica más de 30°C, castigando a esos osados con temperaturas que dificultan su avance y que les hacen preguntarse cómo han pasado de un infierno gélido a otro que casi parece envuelto en llamas. Entonces es cuando me río de aquellos que me comparan con el personaje con trastorno disociativo de la personalidad creado por Stevenson. ¿Quién es quién? ¿A qué parte de mi personalidad atribuir la oscuridad de Hyde? ¿Dónde me muestro más atroz? ¿En el norte o en el sur de la isla? Imagino que será cuestión de gustos. ¿Quién entiende a los humanos? Imagino que ya lo habréis imaginado. Soy la diosa del clima de Islas Canarias. Y cuando ejerzo mi reinado en la isla que llaman un continente en miniatura lo hago de forma caprichosa, como si fuera una criatura mimada. Podéis criticarme si así lo queréis y decir que no tengo corazón ni sentimientos, pero lo cierto es que en la pasada edición de esa carrera que se está convirtiendo en una de las más importantes del mundo, lo único que buscaba con mis extremos cambios de carácter era rendir homenaje a otra diosa, esta vez terrenal, llamada Courtney Dauwalter. 

 

 

 

Ya me sorprendió el año pasado cuando, sin mostrar señales de debilidad, y con una sonrisa imborrable en los 128 kilómetros del trazado de ese recorrido que llaman la Classic, parecía avanzar sin dificultad camino de Maspalomas. En esa edición también fui dura con ella y con el resto de participantes. No me esperaba que fuera capaz de atravesar toda la isla en algo más de 14 horas y media, para entrar en séptima posición de la general, como primera mujer por supuesto, y que allí, aclamada por miles de sus fieles, abriese una cerveza en un gesto que consideré como un desafío. Rugí celosa en ese momento y deseé con todas mis fuerzas que volviese al año siguiente, este 2024, para enseñarle que nada ni nadie debe osar a minusvalorar a una diosa del clima. Ese sentimiento me duró poco. Llegué a la conclusión que no era más que otra humana, quizás con unas cualidades excepcionales para correr largas distancias, pero humana, al fin y al cabo. Me olvidé de ella hasta que volví a escuchar su nombre cuando, al poco tiempo, era capaz de imponerse en tres carreras consideradas de referencia por vosotros, como la Western States, la Hardrock 100 y el Ultra-Trail du Mont-Blanc. 

Investigué sobre ella. ¿Quién era esa mujer con pantalones que llegan por debajo de la rodilla capaz de imponerse sin dificultad al resto de personas de su mismo sexo e incluso amenazar el reinado de los hombres? ¿De dónde sacaba las fuerzas cuando todo parecía ir mal? ¿Qué le hacía seguir y perseverar a pesar de las náuseas, el sueño, el calor, el frío y el cansancio? ¿Cómo podía sobrellevar con tal entereza kilómetros, presión o sueño? ¿Cómo sobrevivía durante tantas horas a eso que ella misma llama “cueva del dolor” donde no se ve la luz y el resto de los de su especie no dudan en abandonar? ¿Es posible que una persona deteste más perder de lo que le gusta ganar y que por eso el abandono no es una opción? Conforme iba respondiéndome a todas estas preguntas, mi ira, mis celos iniciales cambiaban a admiración. Sin darme cuenta, yo también me he convertido en uno más que sigue su progresión por las montañas de medio mundo. 

 

 

 

 

Por eso, cuando hace unos meses se confirmaba su vuelta a la Transgrancanaria me sentí feliz. Iba a tener el placer de observarla de nuevo moviéndose por la Gran Canaria que amo. Pensé en un primer momento en facilitarle las cosas, en ser benigna con ella en todo lo que pudiese. Seguro que agradecía encontrarse con un tiempo estable en ambas vertientes de la isla, sin excesivo frío ni calor sofocante. Así podría verla sonreír sin preocuparse por mis designios. Pero, por otro lado, quería observar cómo respondía a grandes dificultades, que encontrase un reto en ir superando los distintos tramos del recorrido, que no considerase todo una empresa fácil… Porque estoy seguro de que ella disfruta en la adversidad, encuentra placer en esa su “cueva del dolor”, y se realiza plenamente cuando las dudas son grandes y tiene que recurrir a esa gran capacidad innata que posee de la perseverancia. Estuve dudando hasta el final. Que me perdonen los organizadores por la incertidumbre. Sé que para ellos todo se complica cuando existen dudas sobre las condiciones a las que voy a someter a la isla. 

 

 

 

 

No fue hasta prácticamente horas antes del inicio de la prueba en la playa de Las Canteras cuando tomé mi decisión. Iba a mostrarme implacable sometiendo a todos los corredores a condiciones extremas. En el norte, lloraría en forma de lluvia torrencial, resoplaría para que el fuerte viento hiciera que este agua no cayera verticalmente sino que se moviera de forma prácticamente horizontal, y bajaría las temperaturas para que una vez que cambiaran de vertiente el contraste con el calor sofocante hiciera que todos y todas, y especialmente esa diosa humana llamada Courtney Dauwalter, encontraran un terreno de juego implacable, ese del tipo que te hace dudar sobre el satisfaciente éxito o el decepcionante fracaso. Así actué. Y no me arrepiento. Lo hice por ella y también por mí. Quería que encontrase un reto mayúsculo que le haga volver a la isla. Espero que el resultado no haya cambiado su forma de mirarla y que tanto ella como su pareja también digan el año que viene que han vuelto porque están enamorados de Gran Canaria, tanto como yo.

Ya saben el resultado que obtuvo. Volvió a llegar primera a la meta. Eso sí, necesitó unos 30 minutos más que el año pasado. Y, esta vez, tuvo que exigirse mucho más, tanto que no disfrutó de una cerveza nada más cruzar la línea de llegada. Soy misericorde, pero no tanto.

 

 

 

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