03 Ene Trail Tierras Pésicas. Un regalo para los cinco sentidos.
Texto: Álex Colomina | Kissthemountain
Fotografía: Rubén Fueyo
Otoño astur. 17 de noviembre. Las montañas nevadas de Cangas del Narcea esperan impasibles el paso de centenares de corredores por sus laderas, bosques y cimas. El pueblo rebosa vida, lleno de gente, volcado en la carrera. Las mojadas calles empedradas sienten el paso de los valientes que un día como hoy se atreven a descubrir los mágicos montes del occidente asturiano. El rugir del río Narcea, niebla en los bosques, viñedos, colores de otoño y nieve en altura. La naturaleza en su máximo esplendor. Un gran día para percibir la riqueza y diversidad que el mundo nos brinda a diario. Cangas del Narcea, territorio cargado de historia, vida y variedad. Paisajes, sonidos, olores, sabores y sensaciones. Un regalo para los cinco sentidos.
Tras una fría semana de mal tiempo, llega el domingo. Muchas horas de trabajo, marcaje, cambios de recorrido, llamadas de teléfono. El pueblo se va llenando de corredores poco a poco. Todos quieren saborear las maravillas de este entorno. Después de una noche lloviendo intensamente, amanece con una llovizna débil. Parece que la naturaleza va a dar una pequeña tregua para que los más atrevidos puedan disfrutar de sus paisajes, pero tampoco lo va a poner fácil. El agua, la nieve y el barro serán fieles compañeros de todos los que se atrevan a descubrir lo que hay más allá de las carreteras y de los núcleos poblados. Un paraíso entre robles, pinos, castaños y abedules. Bosques llenos de leyendas y trabajo duro. Por encima del límite del bosque, en los pastos de altura, los matorrales desaparecen bajo la nieve recordando que la vida es un ciclo. Se está acercando el crudo invierno, momento de hacer fuego y protegerse hasta que una nueva primavera nos confirme que después del frío siempre aparecen bonitas flores.
El pórtico del Ayuntamiento es testigo de la salida de los corredores a las 09:00. Amigos, sonrisas, frío, motivación y nervios. Cada cara es un mundo; todos tienen sus motivos, sus razones. La pendiente calle Arrastraculos saca a los competidores del pueblo quienes, tras cruzar el río Narcea, empiezan una larga ascensión hacia la sierra de Santa Isabel. Humedad, hierba, barro y bosque se mezclan en este gélido día de otoño. La temperatura de los cuerpos va subiendo, se acelera la respiración y los corazones laten rápido. Es el momento de sufrir, de sentir esa placentera sensación de ponerse al límite. Una fina línea separa nuestro amor y odio por la competición. Nos encanta disfrutar de la montaña, pero apretar los dientes cuando nuestro compañero va delante y no queremos que se escape es algo placentero, puramente humano, animal. Una contradicción, como la vida misma.
Las huellas en la nieve cada vez son más numerosas. Tras los más rápidos, las zonas altas de Santa Isabel y Santa Ana son transitadas por una gran cantidad de corredores. Unos hacen el recorrido entero, casi 30 kilómetros; otros dan el relevo tras un precioso descenso para que su compañero disfrute de la segunda parte del recorrido. La montaña es solidaridad, y compartir un recorrido en parejas o en relevos es volver a la esencia. Trabajar en equipo es llegar lejos, llegar seguro. Una carrera para disfrutarla en solitario, corriéndola en parejas o en relevos. La nieve vuelve a quedar arriba, cerca de las nubes.
Tras una larga y rápida bajada, los bosques de ribera van predominando y se hace patente la vida humana otra vez en pueblos y huertas. Llega el momento de avituallarse. Ecuador y punto de relevo de la carrera: el Parador de Corias, gran monasterio de piedra con más de mil años de historia. Si sus paredes hablasen seríamos espectadores de lo mejor y lo peor del ser humano. Victorias y derrotas, amor y odio, lealtad y traición.
Es el momento de afrontar la segunda larga subida de la carrera. Unas piernas frescas y limpias; otras fatigadas tras casi 15 kilómetros de nieve y barro. La meteorología no va a permitir que los ojos de los corredores disfruten del Santuario del Acebo, pero sus sentidos se inundan de olores, sonidos y sensaciones en una subida entre pinos y preciosos senderos, dejando el fértil valle cada vez más abajo. La nieve nos recuerda quién manda. No podemos movernos a nuestro antojo por donde nos apetezca. La montaña pone las reglas. El tiempo pasa y los cuerpos cansados ansían volver a entrar en Cangas del Narcea, llegar a meta, donde el sufrimiento queda atrás y las sensaciones positivas nos invaden.
La zona alta de la sierra del Acebo tiene mucha nieve. Es un lujo enfocar la bajada jugando con ella. El placer de deslizar en su justa medida. Las piedras del camino nos recuerdan que aún es otoño, el tiempo de las primeras nieves.
El sendero se adentra entre castaños para perder altura vertiginosamente. El acolchado de las hojas en el suelo permite flotar, sentir que el final está cerca. Aún hay que pelear un poco más. Recorremos los viñedos, Cangas del Narcea y su vino. Ya estamos en el valle y sólo hace falta correr por un agradable paseo al lado del río para volver al punto de inicio, donde una calurosa acogida espera a los guerreros y guerreras que se atrevieron a surcar un rincón del paraíso. ¿El mejor premio? Las sonrisas y el cariño, disfrutar el entorno y sentirse como en casa. Un pueblo generoso que ama su tierra.
Tierras Pésicas es un bonito recorrido. Historia y cultura se mezclan para dar forma a algo más que una carrera. Cangas del Narcea cuida con mimo a los participantes. Una estupenda comida local tradicional para todos los corredores cierra este evento. El premio al sufrimiento es la llegada a meta, cumplir un objetivo, llevarse una experiencia única.
Cuando las condiciones son difíciles la recompensa es mayor, porque el esfuerzo siempre trae felicidad. La montaña manda, pero con respeto y humildad podemos disfrutar de ella en condiciones difíciles. Paisajes, sonidos, olores, sabores y sensaciones. Tierras Pésicas, un regalo para los cinco sentidos.
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