19 Jun Zegama Aizkorri Maratoia. La fuerza del público.
Afronto Sancti Spiritu sin poder esconder una gran sonrisa en mi rostro. Es parecida a la que me dedican ese grupo de personas mayores batiendo sus palmas a la vez que tratan de guardar en su mente para siempre lo que sus ojos están presenciando.
Dirijo mi mirada hacia arriba al tiempo que unos jóvenes gritan mi nombre con unos ojos tan abiertos que parecen estar a punto de salirse de sus cuencas y unas bocas que se entreabren entre incredulidad, respeto y admiración.
Sigo avanzando y noto como multitud de palmas abiertas chocan en mi espalda tratando de impulsarme hacia arriba. Alguien grita directamente al oído mi nombre y siento que mis piernas se hacen más fuertes.
Las bocas desencajadas de esa pareja llaman poderosamente mi atención mientras tratan de abrirse paso desde la tercera o cuarta fila. A nadie de los de delante parece importarle. Entonces me doy cuenta. Son parte de mis amigos que han venido a verme.
Allí está mi chica. Ha venido sin avisarme para sorprenderme. Sus ojos están cubiertos de lágrimas. Acerco mi mano para recogerlas y extenderlas por mi rostro buscando fuerzas. Entonces soy yo el que lloro. Por dentro y por fuera.
Alzo mis brazos a la multitud que enfervorecida responde gritando con tanta fuerza que un zumbido se instala en mis oídos momentáneamente. Un grupo de niños y niñas extiende sus palmas para chocarlas contra las mías. Con mucha fuerza.
No la conozco de nada, pero al pasar junto a ella, me susurra con dulzura palabras de ánimo. Vuelvo a emocionarme mientras afronto los últimos metros que me llevan al avituallamiento. Me siento incluso con más fuerzas que antes de iniciar esta subida que no olvidaré jamás.
Me detengo. Miro hacia atrás y les grito: ¡gracias! Afronto la que probablemente sea la zona más técnica. Poco a poco, como si alguien fuese bajando el volumen mientras me alejo, los gritos se van apagando y me devuelven a la realidad.